Cuando nuestras vidas se cruzaron ya era tarde. Era tarde para ti. Tu vida se escapaba lentamente de tu dolorido y maltratado cuerpo, tal y como había venido haciendo después de meses de lenta agonía. Nosotras, algo acostumbradas ya, desgraciadamente, a ver este tipo de cosas nos resistíamos a mirar tu rostro, desgarrado y perdido entre la infección y los miles de gusanos que minuto tras minuto avanzaban hacia nuevos territorios, restando ese tiempo de tu reloj vital. Tu cuerpo, transformado en una especie de frágil ser constituido de piel y huesos, nos daba una idea de tu larga enfermedad.

Ahora que han pasado unos días nos gusta imaginarte, sano, fuerte y lleno de vida, majestuoso, como cualquier mastín de tu tamaño. Desgraciadamente todo fue tan rápido, y la indigencia y la indiferencia habían ensuciado tanto tu cuerpo, que ni siquiera podemos ponerte tu color real en nuestra mente.

Nos llamaron un viernes por la mañana, avisándonos de que había un perro con “la cara comida” que vagaba desde hacía 15 ó 20 días en las afueras de un barrio de Teruel. Fueron muchos los que vieron como arrastrabas tu cuerpo por la carretera, como rondabas las casas habitadas buscando ayuda, pero nadie te socorrió y cuando nos llamaron ya era tarde.

Conforme esperábamos en la puerta de la consulta el diagnóstico de las veterinarias, tu dolor, tu agonía y tu desesperación se transformaron en nuestros corazones en rabia e indignación al ver reflejadas en ti las consecuencias de la indiferencia humana hacia otros seres vivos que sufren. Cuando las veterinarias salieron y pronunciaron esa palabra maldita “eutanasia”, esa rabia e indignación se convirtió en impotencia que se tradujo en llanto en algunas de nosotras, quedándonos el único consuelo de que tu muerte fue digna y que al fin tu sufrimiento acabó.

A pesar de todo, a pesar de la tristeza e indignación, ese día tuvimos la suerte de conocerte y compartir contigo tu último aliento. Nos recordaste algo que ya sabíamos y que vemos más a menudo de lo que nos gustaría, que la humanidad (por falta de valores, comodidad u otras causas) muchas veces se pone la máscara de la indiferencia, y que esa indiferencia causa dolor, maltrato o como en tu caso la muerte, a la vista de todo el mundo, después de meses y meses de un sufrimiento que ni siquiera somos capaces de imaginar.

Nos recordaste porque hacemos lo que hacemos día a día y nos animaste a seguir adelante, intentando romper esas máscaras de indiferencia a base de educación, concienciación y trabajo.

Tu nunca serás un perro anónimo para nosotras. El corto tiempo que compartimos fue suficiente para que siempre ocupes un rincón en nuestro corazón y en nuestra memoria. Un rincón del que poder rescatarte cuando estemos cansadas y desanimadas y nos des energía (ese que te faltó a ti para seguir viviendo) para continuar adelante.

La capacidad de pensar y la humanidad nos diferencian del resto de los animales, pero tú, con tu historia nos enseñaste que no siempre es así. En otros países “más humanos” el auxilio a animales enfermos o heridos está recogido en la ley. Aquí todavía nos queda un largo camino por recorrer, para que historias como la tuya no se repitan.

No vamos a poner fotos ya que en lo que recogimos en la carretera no quedaba mucho de lo que realmente fuiste. Preferimos recordarte como un mastín majestuoso, blanco y marrón, corriendo libre y feliz.

Gracias por tu lucha por vivir, por lo que nos has recordado y lo que nos has enseñado....nunca más volverás a ser un perro anónimo.